viernes, 11 de julio de 2008

Yo, en cambio, la conocí bastante

La conocí bastante, bah, “bastante”… lo suficiente digamos. Alta para ser mina, metro setenta y cinco ponele, un toque más baja que yo. Estaba bueno eso de la altura, para abrazar era cómodo, nada de dolores de cuello por ser cariñoso, ni incomodidad a la hora de poner las manos en algún lado.
Usaba unos jeans ideales, de esos que dejan entrever que protegen algo interesante pero que no son vulgarmente demostrativos. Además los bolsillos eran perfectos, cuando tuve un poco más de confianza fue genial, metía las manos en sus bolsillos y se acabó, descansaba y le tocaba el culo, más no se puede pedir. Pasa que yo siempre fui medio pelotudo con el temita de las extremidades, no me gusta que por torpeza termine tocándole la teta a una mina que nunca me va a creer que fue sin querer. Y también me conflictúa tener que cuidar mis manos todo el tiempo, no sé, es jodido ser caballero siempre. Pero con ella no había problema, por esto de la altura y porque pudimos entrar en confianza rápido, y eso que yo soy medio mañero para las relaciones eh.
La conocí bastante. La primera vez que la vi fue en una conferencia sobre el moco. Los dos estábamos representando a distintos grupos de investigación y el tema a tratar esa jornada era “las propiedades curativas del moco y su elevado valor lipídico”. Yo presenté una teoría por la cual se explicaba que la mucosa, al tener vasto contacto con las papilas gustativas, influye directamente en el sabor de las comidas. Es decir que el gusto de un plato de fideos, por ejemplo, está íntimamente ligado a la producción de moco de la persona. Desde esta perspectiva la frase “más rico que el moco” no solo que tomaba sentido, sino que se reafirmaba en el campo de los refranes científicos.
Ella, por su parte, tenía un stand instalado en el ala este del recinto desde el cual ofrecía cintitas emblema de la fundación para la cual trabaja “Instituto Nacional de Producción de Mucosa transparente” (INPMT). Desde allí se trabaja para que cada ser humano incluya en su dieta ciertos alimentos que tienden a volver al moco transparente. (Yo, que soy conocedor del tema, sé que la motivación final de la fundación es que el moco dejé de tener color así se confunde con la gelatina incolora y la venta de la misma suba considerablemente (teniendo en cuenta que no se arruinaría ni estornudándole encima)).
Allí la conocí a Natalia. Y como notarán ustedes, ávidos lectores, no es difícil entrar en confianza con una persona a la cual le tenemos que explicar que el gusto del champiñón es mejor si lo salteamos con aceite puro de mucosa nasal (cuya industria es furor en Suecia y Dinamarca pero aún no llega a la Argentina).
Y el romance se desató entre sus resfríos y los míos, y cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos los dos con la cara tapada de gargajos ajenos y mezclando el moco de garganta con el de nariz y con la saliva salida de nuestros besos. La imagen es romántica, lo sé, pero lo que me enamoró fue su estatura, su metro setenta y cinco que me permitía abrazarla sin miedo a tocarle el culo sin permiso. Qué linda relación la que tuve con Natalia. Lástima que se haya muerto producto de una congestión nasal, pero bueno, supongo que esas son las cosas locas de la vida ¿no?, las tan famosas ironías.
Al menos puedo decir que la conocí bastante, eso sí, la conocí bastante.

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