lunes, 24 de septiembre de 2007

Sobre paralíticos y cuadripléjicos

No sé por dónde empezar, si por mi oficio o mi condición. Tal vez una llevó a la otra y en los planos cíclicos se pierda el origen de la realidad. A la larga no importa, el orden de los factores no altera el producto.
Empezaré por mi oficio: soy pintor. Empecé a hacerlo desde que adopté la condición que padezco hoy en día. ¿Qué condición?, soy paralítico, mis piernas no se mueven, no sienten nada, no puedo mantenerme en pie, y con mi ingreso como pintor no puedo tampoco mantenerme, en ningún sentido.
La vida de un paralítico es dura, sobre todo en la parte de la silla de ruedas. Que gran invento la silla de ruedas, gracias a ella puedo hamacar a mi primito sin necesidad de ir a una plaza. Pero que mejor invento la parálisis que permitió la creación de la bendita silla rodada y que abrió todo un mercado antes desconocido. Qué sería de las rampas amarillas de la ciudad de Buenos Aires si no hubiera paralíticos para usarlas.
Quedé en esta condición hace unos años, un accidente de autos fue la causa. Pero no uno de esos clásicos que se ven por la tele, eh. Uno mucho más original. Yo era fanático del TC2000 y lo miraba todos los fines de semana a la matina, cuando se corre. Un domingo del mes de Mayo del 2000 (justamente por eso el nombre de la categoría, me imagino) yo estaba con mi cuñado el Tolo, que es bastante tuerca, y me quiso apostar que ganaba el piloto Peretolia. Yo, que de esto sé, estaba seguro que Peretolia no podía ganar ni a la bolita y que la carrera iba a ser para el Gallego Sañuda que venía endemoniado. Entonces le aposté nomás, pero me parecía ciertamente aburrido poner dinero en juego entonces fui más allá, le aposté las piernas. Le dije: “si sos tan guapo te apuesto las piernas”. Y el tipo se puso loco, porque es jugador de fútbol y sin ellas no hace nada, pero como estaban los nenes cerca y él no quería parecer un cobarde me aceptó.
Para qué, mirá. Pueden creer que el Gallego venía primero solito y el auto no le dobló en esa última curva, no dobló, simplemente no dobló. No es que se pasó porque venía rápido o que se cerró mucho, no. Siguió de largo derecho viejo nomás, ni amagó. Y claro, se la puso, directo a las gradas, afuera y al hospital. No corrió nunca más el Gallego, o al menos lo que quedó de él.
Obviamente que todos los autos pararon ante el accidente, cuestión de honor. Pero el hijo de puta de Peretolia, sucio como fue siempre, siguió corriendo nomás, y así último como venía se subió al podio de los ganadores.
Una apuesta es una apuesta señores. Mi cuñado el Tolo agarró el hacha y, con el alcohol a mano por el tema de la cicatrización, me dio fuerte y seco en el medio de las dos piernas. Pagué lo que tenía que pagar. Un espectáculo desagradable, los chicos llorando, el Tolo que festejaba, la sangre que saltaba por ahí y que le ensuciaba la alfombra a la vieja. Desagradable, realmente no lo recomiendo, pero como ya dije: una apuesta es una apuesta. Me cortó las piernas, literalmente, no lo digo para plagiar a Maradona. Ahora las tiene en un cuadrito colgadas en su casa. Es que tenía lindas piernas yo, un poco chuecas pero lindas, musculosas, flacas. Qué se le va a hacer.
Y ahora pinto, hago pecesitos, personas, paisajes, de todo. No soy Van Gogh pero a falta de piernas, orejas, cada uno con lo que tiene. Muchos me acusan de impresionista, pero nada que ver, más que impresionista cuadripléjico, mi arte es cuadripléjica para ser más precisos. En mis cuadros nadie se mueve, retrato mi realidad. Por eso digo que todos los pintores son paralíticos, porque se pintan a sí mismos o al menos como se querrían ver. Son paralíticos en sus mentes, imaginan una imagen, la pintan y ya no se puede mover, capturan un momento de sus vidas lo suficientemente feliz para poder vivir el resto del tiempo en ese instante.
Si yo pudiera moverme, ¿piensan que pintaría situaciones inmóviles, sin vida? Ni mamado. Si pudiera caminar y moverme libremente sería director de cine o actor de teatro. Mi arte sería similar a mi vida, porque es reflejo de ella. Pero hoy yo soy paralítico y mi arte también lo es.
Es difícil escribir sobre lisiados, además se quejan de que la birome los lastima, pero más allá de la incomodidad física, es complejo describirlos. Son susceptibles, leen líneas inocentes como estas y se escandalizan. Se sienten insultados, agredidos y además los perturba la imposibilidad de salir a correrte. Pero como soy de la “comunidad” me siento in imputable.
Lo complejo de los paralíticos no está en su cuerpo, sino en su cabeza, en sus ideas, en sus mentes. Hay mucho talentoso dando vueltas, pero esos no son justamente los paralíticos, a menos que suban la silla de ruedas a una calesita, pero realmente hay mucha gente valiosa por la calle. Artistas, escritores, actores que no son conocidos pero están. Esos son los fundamentales, los fracasados, los que no son nadie ni nunca lo serán. Yo, por ejemplo, que escribo y pinto si esperar remuneración más allá de algún comentario ofensivo en este blog. Soy un fracasado conforme con serlo y que honra a quienes también lo son, les rindo homenaje. Esto es una reivindicación del inválido, que no solo es el que apostó las piernas en una carrera o el que las perdió en la guerra, inválido es aquel que no puede salir de su persona y de su mundo aunque sea por un rato, aquel que no puede jugar a ser lo que nunca fue ni podrá ser, el que se resigna y derrocha objetividad, el justo, el aburrido… esos son inválidos.
Afortunadamente yo no soy de esos, si lo fuese no escribiría que soy paralítico. Si no, basta con mirarme al finalizar estas palabras, me pararé con una energía desbordante y quizás salte para volver a quien de verdad soy: una persona que solo se siente inválida cuando intenta pintar un cuadro, pero que de consuelo tiene las piernas en perfecto estado.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Lluvia cae

A lo largo del mundo existieron y existen muchas civilizaciones que aseguran que cuando llueve, lo que en realidad sucede es que el cielo le está haciendo el amor a la tierra. En cambio, nuestra tantas veces aburrida cultura de occidente nos enseñó que se trata de ángeles que lloran, o que simplemente es un día de mierda.
Lo que me motivó a escribir estas líneas fue la semana lluviosa que vivió Buenos Aires. Si tuviéramos un pensamiento distinto, nos divertiríamos imaginando la terrible orgía que se armó el cielo con la tierra, pero nuestro saber occidental nos obliga a pensar que los ángeles están muy angustiados, o que simplemente fue una verdadera semana de mierda.
Pero no todo termina ahí. Porque la ciudad cambia su aspecto, su fisonomía, cuando llueve. Y basta tan sólo con salir a la calle para poder apreciarlo. Las señoras mayores salen de sus casas en masa, con paraguas gigantes y puntiagudos (no de esos que tenemos en casa, que probablemente no salen más de diez pesos, y que con el más mínimo viento se desarman), caminando por debajo de los pocos techos que resguardan a los indefensos del agua obligándolos a quedar a la intemperie. Como diría un amigo, la proliferación de paraguas puede dejar tuerta a la población.
Las baldosas flojas se vengan de los calzados que las pisan a diario, salpicando no sólo zapatillas, sino también pantalones y en algunos casos hasta remeras. Y lo peor es que uno se mancha cuando está a punto de llegar a destino, no a mitad de viaje ni al comienzo, como una broma del destino.
Los autos desafían a los peatones que se atreven a pararse debajo de la vereda, salpicándolos con la complicidad de los baches que se encuentran por doquier.
Y sobre el final del día, los pronosticadores se lavan las manos con el mismo agua de la lluvia, asegurando que habrá alguna diminuta posibilidad de pequeñas lloviznas muy aisladas y difíciles de encontrar, y cuando comienzan a caer de punta se jactan: “Nosotros se lo advertimos”… Al menos no hubo granizo, ¿no?
En fin, una semana triste para nosotros, y atrevida para los demás, ¿qué se le va a hacer?