viernes, 13 de julio de 2007

Fauna urbana

En la primera entrega de esta colección me enorgullece
presentar al “Colectivero” y su herramienta de trabajo (es decir el colectivo).
Reyes casi absolutos del pavimento (en otras entregas veremos quienes ostentan el trono), imponen su autoridad a bordo de sus buses, no sólo para con los demás vehículos y los peatones sino también con los pasajeros que abordan sus naves.
Todos tienen que sufrir al colectivero en cualquiera de las maneras posibles: distintos formatos, misma bronca.
Cuantas veces tuvimos que esperar por más de media hora a uno, y cuando se dignó a pasar siguió de largo. O cuando logramos subir, antes de que la gente termine de entrar, arrancan (al compás de “arriba, arriba, rápido, vamos) como si el que estuviera en el último escalón fuera una especie de Spiderman que viaja colgado de una telaraña.
Otra de las cosas increíbles que los caracteriza es el hecho de querer acelerar con tal de avanzar pocos centímetros, frenando inmediatamente después de pisar el acelerador, provocando un ritmo desenfrenado de “para atrás, para adelante” constante. Como si se tratara de un meneo pero, en vez de en el boliche, contra el asiento de adelante.
Transitan por donde quieren sin respetar ninguna regla, convirtiéndose en el temor de los ciclistas entre otros.
Es imposible verlos sonreír, en especial, cuando te miran desde su trono (acolchonadito y lleno de cachivaches alrededor mientras que el resto de los asientos se cae a pedazos), a través de la puerta, indicándote que no te van a abrir, que no es la parada (aunque es preferible eso a que ni te miren, como si no supieran que estás ahí, sensación de impotencia si las hay).
Lo raro es que a pesar de que siempre parecen estar apurados -si no tocás el timbre dos cuadras antes de la parada siguen de largo-, el día en que uno es el que está corto de tiempo, a ellos les sobra. Y van regulando a 10 km/h para que los encuentre el semáforo en rojo.
Como si fuera poco, viajar en colectivo requiere una preparación física casi extrema. Además de los saltos que se dan a lo largo del viaje, no hay que olvidar que cuando se baja de la unidad a una velocidad importante (supuestamente las puertas no se abren hasta que el colectivo no circule a menos de 5 km/h) tenemos que aterrizar en el suelo cual paracaidistas, pero sin ayuda.
También se los puede observar charlando con otros de su especie (suele suceder en pleno invierno, cuando el frío es crudo e irresistible). Abren la puerta del colectivo para hablar con el compañero que se pone al lado y corre la ventana de su unidad, y mientras todos los pasajeros se congelan ellos ventilan sus charlas íntimas.
- ¿Estás para el “binguito” de esta noche con los muchachos?
- No, salgo con un filito porque la doña está en Chapadmalal con mi suegra.
La autoridad de los colectiveros y sus monstruos de cuatro ruedas es, lamentablemente, indiscutible.
Estos bacanes de las calles circulan impune y libremente por la ciudad, sin ningún respeto por la sociedad. Y, como si fuera poco, se roban todas nuestras monedas!!!

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