martes, 31 de julio de 2007

Bendita sea la muerte

A raíz del último titular nunca publicado por la revista “Barcelona” que hubiera rezado: “Crisis energética, el gobierna aprueba la eutanasia para ahorrar energía desenchufando”, creo pertinente hacer una reflexión.
En la consciencia del director de la revista quedará un dejo de culpa que indefectiblemente ha de tener ya que no solo juega con la muerte sino que también propone una medida que de poco serviría para ahorrar energía y además ilusiona a millones de infelices que creen que el término “desenchufarse” se aplica a sacarse el stress de encima.
Pero para otras citas quedará el juicio moral que se debe hacer para con la revista ya que en esta ocasión me dedicaré a sostener un ferviente “NO” a la legalización de la eutanasia.
Etimológicamente hablando, el término significa: “buena muerte”, lo cual me parece una contradicción en sí. No hay nada de positivo que pueda aplicarse a la muerte si es que esta fue dada por lo humano y no por lo divino. Aquí no hay optimismo que valga.
Morir no se hace bien o se hace mal, porque morir no se hace, simplemente sucede.
“Vendrán los cuatro balazos, y con los cuatro el olvido”, pero vendrán desde el cielo y no desde el hombre mismo.
No está, ni puede estar en nuestras manos la vida de una persona. Va contra la religión, contra la moral y contra la naturaleza. Pero quienes están a favor se tornan lingüistas y transforman el hecho de matar en el término “desenchufar”. La vida no es una cuestión de voltios o amperes, hay mucho más en juego.
Dar buena muerte a alguien no es más que matar con delicadeza, digno de un asesino bien educado que apunta directo a la cabeza para evitarnos la agonía.
Probablemente dirán que para quien tiene un familiar en coma es una liberación dejarlo fallecer, no alargar más el último aliento. Pero eso no es decisión más que de quien está postrado, y si aún así el enfermo es quien pide morir hay que saber que su juicio ha de estar nublado por el sufrimiento. Quienes agonizan no son seres racionales. Se tornan cursis y extremistas, dicen cuanto quieren a sus hermanos y familiares, piden que se donen todos sus bienes y se arrepienten de todos sus pecados.
Pero si a un borracho o angustiado no se lo escucha cuando dice que quiere morir, ¿Por qué escuchar a un enfermo terminal?
Más vale consolarlo y explicarle que es ilegal desenchufarlo, como así también darle marihuana o algo que lo alivie. Explicarle además que el hospital no tiene un cheff internacional y que la tele solo toma canales de aire.
Y decirle al final que la muerte llegará de forma natural. Leerle a Borges y recitar: “Manuel Flores va a morir, eso es moneda corriente. Morir es una costumbre que sabe tener la gente”.
Explicar que no lo pueden matar pero mostrarle la “Barcelona” y saber que como viene el país tal vez tenga suerte, se corte la luz y empiece él a verla en otro lado, en otro mundo.

viernes, 20 de julio de 2007

A un canalla de aquellos

Negro, algo mal habrás hecho para que todo el mundo te quiera, o es que acaso estamos todos equivocados. No sabés las veces que respondo con tus chistes cuando me preguntan algo que te hayan preguntado. Como cuando me dicen que hago para ganarme la vida, respondo que a lo sumo la empato.
Y cuando voy a la cancha espero que algún jugador se largue a llorar y deslumbre a todos con su juego. O escribo un cuento y me descubro colando malas palabras, solo vos me enseñaste que usandolas bien son infalibles. La puta madre negro, por qué te fuiste con tanto más que tenías para decir, si cada vez que hablabas tenías algo para decir. Y nosotros, que te queremos, te homenajeamos desde un blog, con tecnología, con una computadora que, como a vos, nos vuelve locos cada vez que la queremos apagar. Recuerdo como contaste en la biblioteca nacional que estuviste toda una noche intentando apagar la máquina pero una y otra vez ésta te preguntaba si realmente estabas seguro de querer hacerlo. Que hijo de puta negro, que grande sos.


Y en homenaje a vos, con humildad gigante, iniciamos la campaña:

“Amnistía para las malas palabras”:

· Porque al decir “Boludo” no insultamos a nadie.

· Porque un “hijo de puta” bien puesto es, a veces, lo único que hace falta para expresarlo todo.

· Porque hay situaciones que no son otra cosa que “una mierda” y está bien que así se las llame.

· Porque no es lo mismo decir tonto o zonzo que “pelotudo”, poniendo acento en la T.

Por una navidad sin malas palabras… integrémoslas al lenguaje que las vamos a necesitar.
Gracias negro, por ser un tipo de la puta madre

jueves, 19 de julio de 2007

Tiempo Fuera

Cuántas veces pensamos: Que bueno poder parar todo ahora… Pero lamentablemente es imposible frenar el paso de los segundos. A pesar de todas las cosas que hayamos visto, leído o imaginado, el paso del tiempo es inevitable. Cada momento se convierte inmediatamente en un pasado reciente.
Muchas corrientes filosóficas han llegado a afirmar que no existe el “ahora”, ya que no es más que un pasado constante que no puede perdurar en su condición de actual. Es un mero instante efímero que desaparece antes de ser algo.
La manera más clara y gráfica de explicarlo es la siguiente:
Piensen un segundo en algo, y ahora dense cuenta de que ya desapareció. Imaginen la palabra “ahora”… ya está, ya pasó.
En contraposición, otros pensadores aseveran que todo es presente, porque es el único lugar -no físico- en el que se puede vivir, es en donde se desarrolla la vida. El antes es tan sólo un recuerdo, mientras que el futuro es simplemente una elucubración mental, a diferencia del ahora que lo es todo.
El tiempo ha sido objeto de discusión y debate a lo largo de toda la historia. Musa inspiradora de muchos artistas, motivo de desvelo de varios pensadores, y protagonista ignorado -en la mayoría de los casos- en la vida de todos (¿acaso quién puede evitarlo?)
El reloj es el dictador más grande de todos los “tiempos”: ha ganado guerras, quebrado relaciones de amor, eliminado esperanzas, terminando agonías y organizado cronológicamente la historia de la humanidad. Y finalmente, su último logro -al menos en este presente que deja de existir en el mismo instante en que nace-, ha cerrado este escrito, pues ya se me acabó el tiempo.

viernes, 13 de julio de 2007

Fauna urbana

En la primera entrega de esta colección me enorgullece
presentar al “Colectivero” y su herramienta de trabajo (es decir el colectivo).
Reyes casi absolutos del pavimento (en otras entregas veremos quienes ostentan el trono), imponen su autoridad a bordo de sus buses, no sólo para con los demás vehículos y los peatones sino también con los pasajeros que abordan sus naves.
Todos tienen que sufrir al colectivero en cualquiera de las maneras posibles: distintos formatos, misma bronca.
Cuantas veces tuvimos que esperar por más de media hora a uno, y cuando se dignó a pasar siguió de largo. O cuando logramos subir, antes de que la gente termine de entrar, arrancan (al compás de “arriba, arriba, rápido, vamos) como si el que estuviera en el último escalón fuera una especie de Spiderman que viaja colgado de una telaraña.
Otra de las cosas increíbles que los caracteriza es el hecho de querer acelerar con tal de avanzar pocos centímetros, frenando inmediatamente después de pisar el acelerador, provocando un ritmo desenfrenado de “para atrás, para adelante” constante. Como si se tratara de un meneo pero, en vez de en el boliche, contra el asiento de adelante.
Transitan por donde quieren sin respetar ninguna regla, convirtiéndose en el temor de los ciclistas entre otros.
Es imposible verlos sonreír, en especial, cuando te miran desde su trono (acolchonadito y lleno de cachivaches alrededor mientras que el resto de los asientos se cae a pedazos), a través de la puerta, indicándote que no te van a abrir, que no es la parada (aunque es preferible eso a que ni te miren, como si no supieran que estás ahí, sensación de impotencia si las hay).
Lo raro es que a pesar de que siempre parecen estar apurados -si no tocás el timbre dos cuadras antes de la parada siguen de largo-, el día en que uno es el que está corto de tiempo, a ellos les sobra. Y van regulando a 10 km/h para que los encuentre el semáforo en rojo.
Como si fuera poco, viajar en colectivo requiere una preparación física casi extrema. Además de los saltos que se dan a lo largo del viaje, no hay que olvidar que cuando se baja de la unidad a una velocidad importante (supuestamente las puertas no se abren hasta que el colectivo no circule a menos de 5 km/h) tenemos que aterrizar en el suelo cual paracaidistas, pero sin ayuda.
También se los puede observar charlando con otros de su especie (suele suceder en pleno invierno, cuando el frío es crudo e irresistible). Abren la puerta del colectivo para hablar con el compañero que se pone al lado y corre la ventana de su unidad, y mientras todos los pasajeros se congelan ellos ventilan sus charlas íntimas.
- ¿Estás para el “binguito” de esta noche con los muchachos?
- No, salgo con un filito porque la doña está en Chapadmalal con mi suegra.
La autoridad de los colectiveros y sus monstruos de cuatro ruedas es, lamentablemente, indiscutible.
Estos bacanes de las calles circulan impune y libremente por la ciudad, sin ningún respeto por la sociedad. Y, como si fuera poco, se roban todas nuestras monedas!!!

martes, 3 de julio de 2007