viernes, 7 de diciembre de 2007

Tres cosas que pasan

I

La multitud era sofocante, aunque aclararlo es, en parte, redundante. Había un motivo particular que justificaba esa congregación de inmundicias. Yo, como tantos otros, había llegado creyéndome distinto, la verdad es que no lo era, ni lo soy.
¿Qué soy? Probablemente esa sea una pregunta que se hagan los terceros, y no tiene sentido responderla ahora, ya que tengo toda mi atención puesta en el evento.
Lo cierto es que había libros, miles, quizás millones. Todos con distintas tapas y de diferentes autores. Sobre tal o cual tema, sobre el amor y el odio, la política y la verdad.
Al principio me sorprendí, después caí en la cuenta de que eso es lo que había ido a buscar. Me acerqué al primer estante que encontré de esa biblioteca arancelada y tomé un libro, le acaricié el lomo como me enseñasen escritores anteriores y con ansiedad lo abrí.
Fue en ese momento donde la gente se transformó en multitud, y las personas en inmundicias. Ante mis ojos y sobre mis manos no había nada, sólo hojas vacías. Vacías de contenido, de palabras, de ideas. Eran libros vacíos de sentido, como toda esa gente a partir de ese momento, no desde antes o después, sino desde que yo lo supe. Desde que me desprendí de la miseria de ser miembro de la mediocridad enlatada. Porque existe quien es mediocre de forma artesanal, lo cual es mucho más significativo que el éxito trascendental comprado al por mayor.
El individuo es el ser del tiempo contemporáneo, y si bien antes podría aceptarse no destacar, hoy es el peor y él más usual de los pecados.
Los libros no tenían nada que los consagrase como tales, simplemente la aceptación de todos aquellos que creían ver libros, ver obras literarias. Aquellos que nacieron creyendo que un libro era un cuaderno de hojas en blanco donde anotar números telefónicos.

II

Encendí la computadora como todos los otros días. Se encendió sin problemas.
Me serví un vaso de chocolatada, lo calenté en el microondas, lo agarré con mi mano izquierda y me quemé. Maldije. Limpié y volví a intentar, ésta vez no hubo incidente.
Me senté en la silla de cuero, el vaso a mi derecha, sobre la mesa pero lejos del escritorio, nunca olvido esos rituales de prudencia.
No habían pasado mas de cinco minutos desde que había prendido el artefacto, sin embargo ya tenía nueve mensajes esperándome para que los leyera.
El primero lo ignoré, no por su contenido, sino por su remitente. El pasado puede condenar al olvido las palabras más sabias y nunca nos enteraremos.
Contesté los siguientes cuatro mensajes con una espontaneidad ensayada. En pocas palabras podría decir que informé mi estado de supuesta conformidad con la vida a mis conocidos.
Pero hubo algo en el sexto mensaje que no me dejo seguir con los siguientes ni recordar los anteriores. Percibí una indiferencia agresiva en las palabras. Después pensé que no podía confiar en mis intuiciones dado que la ironía y la agresividad no son formatos cibernéticos, aun.
Analicé nuevamente las palabras, y de nuevo. Quizás por horas. No encontraba el significado real, y mi respuesta seguía retrasándose. Me sentí mujer. Hoy me doy cuenta de que fue una sensación lógica, lo que sentía era por una mujer y ella me trasmitía esas histerias femeninas. El mundo de la mujer es el mismo que el nuestro pero visto con una estética mucho mas prolija que vuelve todo complicado.
Leí esas palabras, convencido de que sería la última vez: “Nene...”.
Tomé aire decidido a contestar, aunque saliera la respuesta equivocada.
Tecleé una por una las letras que hacían las palabras y con un suspiro dirigí mi dedo índice hacía el botón, decidido.

La última noticia que recibí de esa mujer fue que se había desconectado antes de recibir mi respuesta. Pasaron quince años y aún no me perdono esa cobardía. La lógica y la inteligencia no siempre van de la mano en cuestiones de mujeres.

III

Él -¿Tenés veinte centavos?
Yo – No, disculpá.
E- Disculpá vos, te voy a tener que deber los cincuenta entonces.
Y- Prefiero deberte yo veinte centavos, confío más en mí.
E- No jodas flaco.
Y- Me parece que te corresponde a vos tener cambio.
E- Te parece mal, bastante que te doy plata, no seas insolente hijo.
Y- Ufa viejo, siempre lo mismo, al final, solo porque reclamo estupideces vos siempre te salís con la tuya.


Fin